SUEÑO Y ENSUEÑO
A pesar de que el chamanismo ha estado tradicionalmente relacionado con
los rituales y las invocaciones, eso es sólo una apariencia. El trabajo de
activar al Nawalli no se puede emprender mediante operaciones externas; el
único modo, es explorar las capas profundas de la conciencia. Para ello, los
seres humanos contamos con dos estados que nos son accesibles en vida: el sueño
y la embriaguez.
Los inquisidores reportaron muchos casos judiciales sobre naguales. En
casi todos ellos, el elemento onírico es la clave de la metamorfosis. He aquí
un ejemplo:
“Dijo Gabriel Velasco que es cierto que es
brujo. Se queda como adormecido y le parece que ve a todo el mundo, y que
empezó de edad de diez años, estando en su pueblo durmiendo.” (citados por López Austin, Cuerpo humano e ideología)
La técnica empleada por estas personas es una especie
de meditación dentro del sueño. Se comienza ejercitando la memoria.
El arte de
recordar los sueños era una de las asignaturas básicas en las escuelas mexicas.
Los profesores recibían el título de Temikishimatini, intérpretes de sueños,
y tenían una función orientadora parecida a la de los psicoanalistas actuales.
“Muchas cosas hacían o dejaban de hacer por los
sueños, en que mucho miraban, de los cuales tenían libros, y lo que
significaban, por imágenes y figuras.” (Las Casas, Los indios de México y Nueva España)
Los analistas de sueños no se limitaban a
descifrar estos según su simbolismo, sino que también penetraban en la mente de
la persona dormida para recibir la información de primera mano y ayudarla a
conducir sus sueños.
TIPOS DE SUEÑO Y DESPERTAR
El sueño común recibía el nombre de Kochistli, modorra, una
palabra relacionada con el lado animal de nuestro cuerpo. Kochispan era lo
que ocurre durante el sueño ordinario. Había un nombre genérico para
referirse al sujeto de estos sueños: Poshakua, dormilón.
El sueño con ensueños era Temiktli. La propia imagen durante un
sueño era el Temikini, soñador.
Los sueños especiales o lúcidos se calificaban de Temishoch, sueño florido. En ellos prestamos atención
concentrada, sin habérnoslo propuesto previamente durante la vigilia. En tal
estado son frecuentes ciertas experiencias que los prehispánicos consideraban
revelaciones de Ketsalkoatl y a las que llamaban Kochtlachiwelistli, visión de ensueños.
Había dos modos de salir del sueño: Kochewa, desperezarse
- el despertar ordinario cuando salimos a la vida cotidiana -, y otro llamado
Sasa, un despertar voluntario en el cual la persona entra a otra realidad.
La ensoñación voluntaria no se consideraba una fantasía, sino un estado
de la existencia equivalente a la vigilia. Recibía el nombre de
Melawakatemiktli, sueño verdadero. El
sujeto de este tipo de experiencia no era la persona durmiente, sino su
Nawalli.
Quienes conseguían despertar dentro del sueño
recibían el título honorífico de Itstika, despiertos, lo cual
significaba que ya nunca más volvían a dormirse.
El segundo gran
campo donde podemos entrenar al Nawalli, es cuando perdemos el control de
nuestras acciones y percepciones. Estos momentos son genéricamente clasificados
de “embriaguez”. La embriaguez es un estado indeseable, porque implica ceder el
control. Sin embargo, puede convertirse en una formidable herramienta
chamánica.
Una técnica
favorita de los naguales para modificar sus estados de conciencia, es el
consumo ritual de plantas sagradas. Al mismo tiempo que prohibía su consumo
irresponsable, la sociedad prehispánica promovía su uso legítimo, en un
contexto religioso. Les llamaban “las flores de Ometeotl”.
El manejo
apropiado de estas plantas proporciona una visión directa de la realidad. Ese
manejo es semejante al cultivo del sueño: basta con darse las órdenes
apropiadas inmediatamente antes de la ingesta de la planta, y emplear el estado
subsiguiente como pretexto para el despliegue de la voluntad.
Técnicamente, el estado en que permanecen un soñador y
un consumidor de plantas sagradas es el
mismo. Se puede saltar de una
experiencia a la otra sin pasar por la vigilia.
Mesoamérica conoció más de cien variedades de plantas
poderosas, de las que los códices nos dejaron abundantes descripciones. Las más
importantes eran: los hongos llamados Teonanakatl, carne de dios, cuyo
activo químico es la psilocibina; la pequeña y negra semilla del Ololliu’ki, enredadera;
el cactus Peyotl, masa, productor de mezcalina; y las flores, raíces y
semillas del Toloatsin, respetable (planta) que inclina la cabeza, hoy
conocido como floripondio, cuyo alcaloide principal es la atropina.
Las plantas
sagradas no se podían consumir de una forma cualquiera, había que tratarlas con
todo respeto. Un elemento importante era la soledad, pues la comunión con los
dioses era un asunto demasiado serio para hacerlo en común. He aquí la fórmula
tolteca para la comunión del peyote:
“La misma veneración tienen al peyote, que es muy (bien)
recibido por todos ellos. El modo de tomar esta bebida es: (primero) señalar el
día (más auspicioso, según el calendario sagrado). Luego, el que ha de beber se
informa muy bien sobre el motivo por el que lo está tomando (es decir, medita
al respecto. A continuación) adereza el oratorio de la casa con mucha decencia,
como si esperase la visita de un gran personaje, con ramas y perfumes. Luego
bebe (la infusión), encendiendo candelas en el altar. Allí se les presenta a su
imaginación un viejo (Weweteotl) que, dicen, es quien decide sobre las materias
que desean saber.” (Alarcón, Tratado de las
Idolatrías)
EL ACECHO
En tiempos recientes, Castaneda
introdujo un interesante término para definir al acto de controlar el sueño y
la embriaguez sagrada a fuerza de voluntad: acecho. En términos psicológicos,
el acecho es la fijeza de la atención; también podemos definirlo como la
neutralización de los cambios de estado de la conciencia.
Acechamos de forma natural cuando
despertamos de un sueño y nos concentramos en la realidad cotidiana. Esa
operación psicológica involuntaria produce un mundo sensorial al que llamamos
“físico” y unas ideas coherentes sobre el mundo.
Al ensoñar o experimentar los efectos
de la plantas, tenemos acceso a estados novedosos de la conciencia, mientras
que al acechar convertimos esos estados en espacios operativos. Un niño pequeño
no sabe acechar; concede la misma importancia a cada uno de los estímulos que
llegan hasta sus centros perceptivos; se puede decir que está soñando, aun con
los ojos abiertos. Cuando un adulto manifiesta los mismos síntomas, decimos que
está ebrio, y si la situación se hace crónica, entonces se trata de un demente.
Los chamanes aprenden a actuar en forma
controlada allí donde otra persona se sentiría terriblemente desorientada, e
incluso, en los estados fronterizos de la muerte. Cuando la voluntad opera en
un medio diferente de la realidad cotidiana, entonces el sujeto de las
experiencias se llama el Nawalli.
Los toltecas distinguían diversos tipos
de acecho, que quedaron recogidos en la lengua nawatl. Estaba el acecho en
general, llamado Pipia, considerado más como una actitud interna de alerta
que como una actividad específica. Aplicado a una guerra, produce estrategias
militares, pero aplicado al sueño, es la condición del despertar.
Ami es el acto de cazar las propias
debilidades a través de trampas o tentaciones - una técnica peligrosa,
porque implica concentrar la atención en objetos paradójicos, que obliguen a la
voluntad a hacer acto de presencia.
Tlatia, hacerse invisible o
inconspicuo, consiste en “desaparecer” en un medio dado, utilizando las
costumbres y actitudes características del mismo hasta mimetizarnos. Su base es
un cuidadoso análisis del medio y el control de nuestras reacciones.
Nakaketsa, acechar escuchando en la
oscuridad, es el arte de emplear los sentidos físicos en formas inusuales,
captando aspectos del mundo que ordinariamente pasamos por alto.
La técnica característica de los
naguales era Nawallachia, acechar con la mirada. Consiste en una forma especial
de ver el mundo, en la cual el foco de la atención no está en el centro, sino
en la periferia.
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