LA
ALQUIMIA TOLTECA
Un capítulo especial del
chamanismo mesoamericano, es lo que se ha dado en llamar la Alquimia Tolteca.
Su principio era la trasmutación de los cuatro vehículos de la conciencia a
través del quinto.
El atanor, llamado aquí Kuau’shikalli, vaso del
águila, es el centro abdominal que tienen que desarrollar tanto el varón
como la hembra para producir el milagro del ensueño. Su contenido es el
Atlachinolli, agua quemada - el estado activado de la energía. El óvulo
o semilla que se deposita en él es un tipo de concentración que despierta de su
letargo al embrión del doble de
ensueños.
La fase de Putre, descrita como una inmersión en el
Miktlan, los nueve inframundos, es la descomposición de los principios
personales del practicante a través de técnicas como la meditación, el
auto-acecho y el recuento de la historia personal.
Luego viene la fase del Albedo, en la cual la
energía, despojada de su personalidad, resucita como un nuevo ser, el
Yoilistli, vivificado, para ascender a través de los trece cielos o
planos superiores de conciencia.
La fase final, Rubí, aquí tenía el color verde, por
causa de que las culturas mesoamericanas no conocieron los rubíes y
representaban la cristalización mediante los jades. Jade es la mutación final
de la conciencia, la transformación del “plomo” del cuerpo físico en el “oro” del Nawalli,
mediante la cual el sujeto da un salto mortal perceptivo y nunca más vuelve a
despertar a la vida cotidiana.
LA ENERGÍA SEXUAL
El aspecto central de la
alquimia tolteca es el cultivo de la sexualidad. Lo primero que debemos saber
al respecto es que la energía sexual es la fuente de todo lo que somos.
Lo segundo: que el acto sexual
consiste en un intercambio de energía, y ese intercambio siempre implica un
desgaste.
Lo tercero: que cuando el acto
sexual fragua en la gestación de un niño, ello modifica radicalmente la energía
de los padres.
Lo cuarto, que los chamanes
del México antiguo descubrieron fórmulas alternas a la sexualidad habitual, que
permiten minimizar los riesgos del uso de esta facultad.
Los sexos reciben en nawatl
los nombres de Siwatl, hembra, y Okichtli, macho; pero las
funciones sexuales tenían en la antigüedad nombres específicos: Yoma, lo femenino,
y Tlapalli, lo masculino.
Había dos actitudes con
respecto a la manipulación de la energía sexual. La primera era el método de
los monjes, quienes renunciaban al sexo físico. Detrás de esta renuncia había
factores sociales, que fueron perspicazmente notados por Castaneda:
“...la religión católica
obliga a sus dirigentes a ser célibes, y consecuentemente, completos. Los
creyentes (en cambio) somos incompletos. Esta es una relación muy importante,
porque crea en el cura la conciencia del dirigente, del verdadero nagual
completo, lo aparta del camino de la reproducción y del peligro de ser un
seguidor.”
(Entrevista para la revista El, no. 90, marzo de 1977)
La segunda actitud era un arte comparable al Tantra de
la India, que aquí recibía el nombre de Yontlapalli, unión de lo femenino y
lo masculino. Tanto el método de la renuncia como el de la exploración y desarrollo
de la sexualidad, se complementan en el sendero nagual.
El
mito mesoamericano afirmaba que, al comienzo de la creación, el ser humano era
hermafrodita, es decir, moraba en un estado de conciencia más allá de las
dualidades.
“Estaban unidos los
huesos del hombre y la mujer, aun no habían sido separados”. (Anales de Cuauhtitlan)
Aquí se está refiriendo al estado de conciencia de
los niños, quienes son capaces de ver directamente la energía. Según la teoría, la causa de que dicho estado de gracia se
transforme en el adulto en una visión concentrada en el mundo de las formas -
aludido con las metáforas del “mundo de la profundidad” y el “sueño” - se encuentra en el Sol:
“He aquí, la matriz de todo deseo sexual es nuestro padre
el Sol (Yum Kin)... Me pongo de pie yo, que soy tu madre y padre, y te condeno
a morar en el mundo de la profundidad... Me refiero a ti, pues sobre tu cuerpo
de madera y tu cuerpo de piedra ha descendido el sueño.” (Ritual de los Bacabs)
Lo que procuraban los
naguales a través de la exploración responsable de la sexualidad, era salir del aletargamiento inducido
por la fijeza de la percepción en el centro sexual, recuperando la libertad perceptual de nuestro origen mediante la progresiva activación de los centros
vitales, siete
en el plano biológico y trece a escala cósmica. Ese camino de retorno a la
conciencia solar, que el texto maya describe en términos científicos, como un
aumento de la frecuencia vibratoria del sujeto, era simbolizado por los trece
cántaros de agua bendita que empleaban los sacerdotes durante las ceremonias.
“Serán necesario mis trece cántaros de agua pura para
aumentar la intensidad de tus estremecimientos, trece inmersiones en mi agua
del cielo, en mi agua de nieblas, para enfriarte la nocturna lujuria...
“He aquí, mis trece cántaros de agua de cenote, mis trece
medidas de agua (espiritual) se han filtrado en la piedra (la materia). Te
estoy liberando de la tierra, de la oscuridad, de lo sucio y lo mortal. Te
estoy desatando del principio rojo (la sangre o herencia genética), de la
condición del simio. Soy el gran libertador. ¿Acaso te estoy sacudiendo
demasiado fuerte? ¡Adelante, iniciado, esfuérzate!” (Ritual de los Bacabs)
Castaneda
también usa la imagen del andrógino, como síntesis de la dualidad genérica en
nuestro propio ser, y aclara que ello
implica una muerte iniciática:
“El hombre camina a la derecha y la mujer a la izquierda.
Pero después de algún tiempo, se rompe esa formación, porque el brujo no es ni
hombre ni mujer: es el ser que va a morir.” (Entrevista para la revista El,
número 90, marzo de 1977)
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