miércoles, 2 de enero de 2013

NAGUALISMO 06

LA ALQUIMIA TOLTECA


Un capítulo especial del chamanismo mesoamericano, es lo que se ha dado en llamar la Alquimia Tolteca. Su principio era la trasmutación de los cuatro vehículos de la conciencia a través del quinto.

El atanor, llamado aquí Kuau’shikalli, vaso del águila, es el centro abdominal que tienen que desarrollar tanto el varón como la hembra para producir el milagro del ensueño. Su contenido es el Atlachinolli, agua quemada - el estado activado de la energía. El óvulo o semilla que se deposita en él es un tipo de concentración que despierta de su letargo al embrión  del doble de ensueños.

La fase de Putre, descrita como una inmersión en el Miktlan, los nueve inframundos, es la descomposición de los principios personales del practicante a través de técnicas como la meditación, el auto-acecho y el recuento de la historia personal.

Luego viene la fase del Albedo, en la cual la energía, despojada de su personalidad, resucita como un nuevo ser, el Yoilistli, vivificado, para ascender a través de los trece cielos o planos superiores de conciencia.

La fase final, Rubí, aquí tenía el color verde, por causa de que las culturas mesoamericanas no conocieron los rubíes y representaban la cristalización mediante los jades. Jade es la mutación final de la conciencia, la transformación del “plomo” del cuerpo físico en el “oro” del Nawalli, mediante la cual el sujeto da un salto mortal perceptivo y nunca más vuelve a despertar a la vida cotidiana.

LA ENERGÍA SEXUAL

El aspecto central de la alquimia tolteca es el cultivo de la sexualidad. Lo primero que debemos saber al respecto es que la energía sexual es la fuente de todo lo que somos.

Lo segundo: que el acto sexual consiste en un intercambio de energía, y ese intercambio siempre implica un desgaste.

Lo tercero: que cuando el acto sexual fragua en la gestación de un niño, ello modifica radicalmente la energía de los padres.

Lo cuarto, que los chamanes del México antiguo descubrieron fórmulas alternas a la sexualidad habitual, que permiten minimizar los riesgos del uso de esta facultad.

Los sexos reciben en nawatl los nombres de Siwatl, hembra, y Okichtli, macho; pero las funciones sexuales tenían en la antigüedad nombres específicos: Yoma, lo femenino, y Tlapalli, lo masculino.

Había dos actitudes con respecto a la manipulación de la energía sexual. La primera era el método de los monjes, quienes renunciaban al sexo físico. Detrás de esta renuncia había factores sociales, que fueron perspicazmente notados por Castaneda:

“...la religión católica obliga a sus dirigentes a ser célibes, y consecuentemente, completos. Los creyentes (en cambio) somos incompletos. Esta es una relación muy importante, porque crea en el cura la conciencia del dirigente, del verdadero nagual completo, lo aparta del camino de la reproducción y del peligro de ser un seguidor.” (Entrevista para la revista El, no. 90, marzo de 1977)

La segunda actitud era un arte comparable al Tantra de la India, que aquí recibía el nombre de Yontlapalli, unión de lo femenino y lo masculino. Tanto el método de la renuncia como el de la exploración y desarrollo de la sexualidad, se complementan en el sendero nagual.

El mito mesoamericano afirmaba que, al comienzo de la creación, el ser humano era hermafrodita, es decir, moraba en un estado de conciencia más allá de las dualidades.
“Estaban unidos los huesos del hombre y la mujer, aun no habían sido separados”. (Anales de Cuauhtitlan)

Aquí se está refiriendo al estado de conciencia de los niños, quienes son capaces de ver directamente la energía. Según la teoría, la causa de que dicho estado de gracia se transforme en el adulto en una visión concentrada en el mundo de las formas - aludido con las metáforas del “mundo de la profundidad” y el “sueño” -  se encuentra en el Sol:

“He aquí, la matriz de todo deseo sexual es nuestro padre el Sol (Yum Kin)... Me pongo de pie yo, que soy tu madre y padre, y te condeno a morar en el mundo de la profundidad... Me refiero a ti, pues sobre tu cuerpo de madera y tu cuerpo de piedra ha descendido el sueño.” (Ritual de los Bacabs)

Lo que procuraban los naguales a través de la exploración responsable de la sexualidad, era salir del aletargamiento inducido por la fijeza de la percepción en el centro sexual, recuperando la libertad perceptual de nuestro origen mediante la progresiva activación de los centros vitales, siete en el plano biológico y trece a escala cósmica. Ese camino de retorno a la conciencia solar, que el texto maya describe en términos científicos, como un aumento de la frecuencia vibratoria del sujeto, era simbolizado por los trece cántaros de agua bendita que empleaban los sacerdotes durante las ceremonias.

“Serán necesario mis trece cántaros de agua pura para aumentar la intensidad de tus estremecimientos, trece inmersiones en mi agua del cielo, en mi agua de nieblas, para enfriarte la nocturna lujuria...
“He aquí, mis trece cántaros de agua de cenote, mis trece medidas de agua (espiritual) se han filtrado en la piedra (la materia). Te estoy liberando de la tierra, de la oscuridad, de lo sucio y lo mortal. Te estoy desatando del principio rojo (la sangre o herencia genética), de la condición del simio. Soy el gran libertador. ¿Acaso te estoy sacudiendo demasiado fuerte? ¡Adelante, iniciado, esfuérzate!” (Ritual de los Bacabs)

Castaneda también usa la imagen del andrógino, como síntesis de la dualidad genérica en nuestro propio ser,  y aclara que ello implica una muerte iniciática:

“El hombre camina a la derecha y la mujer a la izquierda. Pero después de algún tiempo, se rompe esa formación, porque el brujo no es ni hombre ni mujer: es el ser que va a morir.” (Entrevista para la revista El, número 90, marzo de 1977)

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