Entre la moralidad y la impecabilidad, podemos decir que tenemos a la
sobriedad. Y así resuelvo el dilema de: ¿está
reñida la moral con la impecabilidad?
En realidad este es un dilema ocioso. Los
toltecas lo resolvieron prácticamente. Los wewe'tlatolli son un buen camino
para adoptar la sobriedad necesaria para actuar en el tonal y en el nawal.
Se entiende que una persona sobria cuida su energía. Y
por tal sobriedad, adopta actitudes que a primera vista son buenas moralmente.
No daña a nadie, porque se daña a sí mismo. Controla su sexualidad, y no hay
tal violencia en la sociedad. Respeta al Espíritu por la relación que establece
con él, no por miedo o la promesa de una vida eterna, etc, etc... Digo que a
primera vista son buenas ya que en realidad esto no importa. La moralidad de
tales actos es consecuencia de la ejecución de los mismos, no la finalidad
última del comportamiento de los hombres.
Los términos
"moralidad" e "impecabilidad" son descripciones extremas de
un mismo hecho. Ambas formas de conducta producen (o al menos pretenden
producir) ahorro energético. La primera está al servicio del consenso colectivo,
ya que no podemos ser morales si no es en relación a otros. La segunda sirve a
los intereses individuales.
Estas
distinciones, sin embargo, sólo son pertinentes a la mente, pues, en la
práctica, el ser partícipes de la fijación colectiva del punto de encaje hace
que nuestra impecabilidad interaccione con las normas colectivas de moralidad.
En este contexto, ser impecables implica no atentar contra la moral en tanto
esta no atente contra la energía (no en balde, Castaneda escogió para definir
la impecabilidad del guerrero un término que deriva de un concepto cristiano:
pecado).
Es difícil combinar impecabilidad y moralidad en la vida
cotidiana, sobre todo si no hemos aprendido a ensoñar. Don Juan definió su
interrelación al decir:
"El
verdadero desafío para esos brujos videntes fue encontrar un sistema de
conducta que no fuera trivial o caprichoso, y que fuera capaz de combinar la
moralidad y el sentido de la belleza que distinguen a los brujos videntes de
los simples hechiceros. Y ese sistema se llama el arte del acecho." (El
Don del Águila IV)
El problema de la moralidad es que requiere
de normas de consenso. Una vez que la sociedad cambia, las normas se hacen
obsoletas. La impecabilidad, en cambio, se rectifica constantemente, conforme
la persona evoluciona.
Don Juan habla de "moralidad y sentido de
belleza" como dos principios que distinguen a los videntes de los simples
hechiceros. A través de esos principios, los primeros convierten su conducta en
arte: el arte de pasar inadvertidos y de influir sobre los demás.
El acecho es extremadamente sutil. Como personas comunes
y corrientes podemos aprender a ensoña; pero para acechar, primero hay que ser
brujo. El acecho es subsecuente al ensueño, porque es la fijación voluntaria
de un movimiento deliberado del punto de encaje. Yo distingo a los verdaderos
practicantes de los charlatanes por la forma como se refieren al acecho.
Esos principios son un reto al individuo, no una
propuesta de acción social. Si un acechador nunca da la cara, entonces no hay
modo de consensuar con él en su arte, excepto si uno mismo es un acechador.
Cuando se trata con brujos, no hay que fijarse en la conducta específica, sino
en los resultados.
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