viernes, 4 de enero de 2013

EL ENFOQUE MORAL EN EL NAGUALISMO

Entre la moralidad y la impecabilidad, podemos decir que tenemos a la sobriedad. Y así resuelvo el dilema de: ¿está reñida la moral con la impecabilidad?

En realidad este es un dilema ocioso. Los toltecas lo resolvieron prácticamente. Los wewe'tlatolli son un buen camino para adoptar la sobriedad necesaria para actuar en el tonal y en el nawal. 

Se entiende que una persona sobria cuida su energía. Y por tal sobriedad, adopta actitudes que a primera vista son buenas moralmente. No daña a nadie, porque se daña a sí mismo. Controla su sexualidad, y no hay tal violencia en la sociedad. Respeta al Espíritu por la relación que establece con él, no por miedo o la promesa de una vida eterna, etc, etc... Digo que a primera vista son buenas ya que en realidad esto no importa. La moralidad de tales actos es consecuencia de la ejecución de los mismos, no la finalidad última del comportamiento de los hombres.


Los términos "moralidad" e "impecabilidad" son descripciones extremas de un mismo hecho. Ambas formas de conducta producen (o al menos pretenden producir) ahorro energético. La primera está al servicio del consenso colectivo, ya que no podemos ser morales si no es en relación a otros. La segunda sirve a los intereses individuales. 


Estas distinciones, sin embargo, sólo son pertinentes a la mente, pues, en la práctica, el ser partícipes de la fijación colectiva del punto de encaje hace que nuestra impecabilidad interaccione con las normas colectivas de moralidad. En este contexto, ser impecables implica no atentar contra la moral en tanto esta no atente contra la energía (no en balde, Castaneda escogió para definir la impecabilidad del guerrero un término que deriva de un concepto cristiano: pecado).

Es difícil combinar impecabilidad y moralidad en la vida cotidiana, sobre todo si no hemos aprendido a ensoñar. Don Juan definió su interrelación al decir:


"El verdadero desafío para esos brujos videntes fue encontrar un sistema de conducta que no fuera trivial o caprichoso, y que fuera capaz de combinar la moralidad y el sentido de la belleza que distinguen a los brujos videntes de los simples hechiceros. Y ese sistema se llama el arte del acecho." (El Don del Águila IV)



El problema de la moralidad es que requiere de normas de consenso. Una vez que la sociedad cambia, las normas se hacen obsoletas. La impecabilidad, en cambio, se rectifica constantemente, conforme la persona evoluciona.

Don Juan habla de "moralidad y sentido de belleza" como dos principios que distinguen a los videntes de los simples hechiceros. A través de esos principios, los primeros convierten su conducta en arte: el arte de pasar inadvertidos y de influir sobre los demás. 

El acecho es extremadamente sutil. Como personas comunes y corrientes podemos aprender a ensoña; pero para acechar, primero hay que ser brujo. El acecho es subsecuente al ensueño, porque es la fijación voluntaria de un movimiento deliberado del punto de encaje. Yo distingo a los verdaderos practicantes de los charlatanes por la forma como se refieren al acecho. 

Esos principios son un reto al individuo, no una propuesta de acción social. Si un acechador nunca da la cara, entonces no hay modo de consensuar con él en su arte, excepto si uno mismo es un acechador. Cuando se trata con brujos, no hay que fijarse en la conducta específica, sino en los resultados.

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