(Nagual Frank Díaz)
Los
reinos neo-chamánicos de América merecen un estudio especial, porque lograron
realizar el ideal expansivo de una sociedad en creciente organización,
manteniendo al mismo tiempo un profundo respeto por la tierra, una vocación de
tolerancia, un sentimiento de misión espiritual y una conciencia de su
responsabilidad ante el devenir. Esa síntesis de espiritualidad y civilización
fue llamada por los nawas Toltekayotl, toltequidad.
La
palabra “tolteca” deriva de la raíz ario-nawa[1]
Tol, marchar en común. Con el tiempo, llegó a ser un título de
pertenencia cultural que emplearon para designarse a sí mismos todos los
pueblos cultos de Mesoamerica[2].
El primer diccionario de la lengua nawatl, redactado em el siglo XVI por el
padre Molina, traduce el término Toltekayotl como “arte para vivir”.
Se
puede definir que la Toltequidad es el legado característico de México al mundo.
Si
(las culturas del Viejo Mundo) tuvieron el Tao, el hinduismo y el budismo,
nosotros tenemos la Toltecayotl, el pensamiento filosófico del México antiguo. Si otras civilizaciones tuvieron a
Zoroastro, Hermes, Buda, y basaron su alimentación en el trigo, el arroz o la
papa, nosotros tenemos a Quetzalcoatl y el maíz...
Más
que una cultura o etnia, “tolteca” fue un grado de conocimiento de los hombres
sabios del México antiguo, y
Teotihuacan fue el centro generador e irradiador de la Toltecayotl en todo el
Anahuac.
(Guillermo Marín, Historia verdadera del México
profundo)
Como otras grandes tradiciones sagradas de la
tierra, la Toltequidad se apoyaba en un grupo de conocimientos capaces de dar
vuelo al espíritu y de expresar las insondables profundidades del pensamiento.
Contrario a lo que muchas personas piensan, los antiguos mexicanos no eran
El enfoque tolteca se componía de fórmulas
políticas, económicas y religiosas que permitieron el sano desarrollo dela
sociedad. Se basaba en cuatro principios muy semejantes a los que rigen en
otras grandes religiones de la tierra, que eran:
Primero: un arquetipo mesiánico llamado
Ketsalkoatl, serpiente emplumada.
Segundo: una regla individual y social,
contenida en el Teomoshtli, libro sagrado.
Tercero:
un compromiso cultural y espiritual, la
Toltekayotl, arte para vivir.
Cuarto:
una iniciación cuyo depositario recibía el nombre de Masewalli, merecido
por el auto-sacrificio.
El saber tolteca encarnó en Ketsalkoatl, la serpiente
emplumada. ¿Por qué ese nombre? Porque el camino de retorno a nuestra
esencia divina involucra los dos aspectos constitutivos de nuestro ser: el
reptilino, compuesto de cuerpo físico, apegos y creencias, y el emplumado o
energético, que sólo se alimenta de ensueños. ¡Imposible concebir una imagen
más sintética del sendero interior!
Para los toltecas, todos los hombres y mujeres
somos Ketsalkoatl: una conjunción tremenda de posibilidades. La Toltequidad es
el modo de conducir ese potencial hacia el logro de un propósito supremo.
Por otra parte, la conexión mítica e histórica
entre Ketsalkoatl y ese gran civilizador de los pueblos andinos que fue
Viracocha, simiente del océano, demuestra que, más allá de las
fronteras, la herencia tolteca fue patrimonio de todos los pueblos indígenas de
América.
Pero Ketsalkoatl no fue sólo un ideal; fue
también una persona de carne y hueso que encarnó el espíritu de los mitos,
haciéndose modelo de la conducta humana. Sus sucesivos advenimientos en
diversas etapas de la historia provocaron el auge de grandes culturas, desde
los olmecas y los hombres de Chavín, en el tercer milenio antes de Cristo,
hasta los incas y los aztecas, ya casi en los comienzos de la Edad Moderna. Ese
retorno generó expectativas que influyeron en el desarrollo de la historia
nativa, y sobre todo, en el equívoco episodio de la invasión europea.
La conjunción de lo espiritual y lo humano en
un individuo, que se transforma así en mediador entre los hombres y la
divinidad, recibe el nombre de “mesianismo”. Uno de los múltiples títulos que
se le aplican a este mediador es Avatar, de la raíz sánscrita Ava, ciclo.
Cuando las creencias mesiánicas incluyen la promesa del retorno del avatar, ya
sea en forma cíclica o absoluta, el mesianismo recibe el nombre de
“milenarismo”.
Las creencias mesiánicas de los antiguos
mexicanos no se han estudiado como merecen. Los primeros misioneros cristianos
procuraron acentuarlas, al llamar la atención sobre el extraordinario parecido
entre las vidas de Jesús y Ketsalkoatl. Ellos creían que así podían acelerar la
conversión de los nativos.
Con el tiempo, surgieron leyendas, tales como
que Ketsalkoatl era un hombre blanco de rubios cabellos, vestido a la usanza
europea, que auguró la llegada de un pueblo conquistador. Cuando analizamos
esos mitos con arreglo a las fuentes documentales, encontramos que son de
origen moderno, no tienen fundamento histórico.
Los investigadores actuales generalmente
desconocen las raíces universales del mesianismo, interpretándolo como un
fenómeno exclusivo de las religiones judeo-cristiano-musulmanas. Por ello,
tienden a negar la existencia de este fenómeno religioso en Mesoamérica,
restando valor a los paralelismos evidentes entre los mitos de Jesús y
Ketsalkoatl.
El mesianismo y el milenarismo son fenómenos
globales y deben ser analizados de ese modo. La Humanidad como conjunto es el
mejor marco para ubicar el mito de la Serpiente Emplumada, pues este no se
formó en un sitio aislado del mundo, sino que fue una creación colectiva que se
manifestó en cada cultura con características propias.
[1] La expresión “ario-nawa” es
abreviatura de “indo-iranio-europeo e indo-americano”. Se refiere a dos grupos
de lenguas lejanamente emparentadas que se hablan en gran parte de Eurasia y la
América indígena.
[2] Mesoamérica es la zona de
América donde se desarrollaron las culturas de influencia tolteca,
caracterizadas por su forma de contar y su tipo especial de calendario. Sus
límites geográficos son: Nicaragua al sur y el Trópico de Cáncer al norte. El
nombre nativo de Mesoamérica es Anawak, lugar rodeado de agua.
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