viernes, 4 de enero de 2013

LOS NAGUALES TOLTECAS EN LA OBRA DE CARLOS CASTANEDA

También eres uno de nosotros. ¿Comprendes lo que quiero decir? De modo que no debes creer lo que te digan. También nos perteneces. Las brujas no saben que el Nagual nos lo contó todo. Creen que son las únicas que saben. Costó dos toltecas hacernos como somos. Somos hijos de ambos. Esas brujas...

Espera, espera, Pablito-dije, tapándole la boca.

Calló, aparentemente asustado por lo súbito de mi movimiento.

¿Qué me quieres dar a entender con eso de que costó dos toltecas hacernos?

El Nagual nos hizo saber que éramos toltecas. Todos nosotros somos toltecas. Según él, un tolteca es un receptor y conservador de misterios. El Nagual y Genaro son toltecas. Nos dieron su luminosidad y sus misterios. Recibimos sus misterios y ahora los conservamos.
 
Su empleo de la palabra «tolteca» me desconcertó. Yo estaba familiarizado únicamente con su significado antropológico. En ese contexto, refiere siempre a la cultura de un pueblo de lengua nahuatl del centro y sur de México, ya extinguido en tiempos de la Conquista.

¿Por qué nos llamaba toltecas? - pregunté, sin saber qué otra cosa decir.
Porque eso es lo que somos. En vez de decir qué éramos brujos o hechiceros, él decía que éramos toltecas.

Yo vivía en la ciudad de Tula. Conozco esas pirámides como la palma de mi mano. El nagual me dijo que él también vivió allí. Sabía todo acerca de las pirámides. El mismo era un tolteca.
Advertí entonces que algo más que curiosidad me había hecho ir a la zona arqueológica de Tula. La razón principal por la que acepté la invitación de mi amigo fue porque la primera vez que visité a la Gorda y a los otros, me dijeron algo que don Juan nunca me había mencionado: que él se consideraba un descendiente cultural de los toltecas. Tula fue el antiguo epicentro del imperio tolteca.




Don Juan me dio a entender que dicha maestría era la versión moderna de una antiquísima tradición, que él llamaba la tradición de los antiguos videntes toltecas.




-Mucho tiempo antes de que los españoles llegaran a México
-dijo- existían extraordinarios videntes toltecas, hombres capaces de actos inconcebibles. Eran el último eslabón en una cadena de conocimiento que se extendió a lo largo de miles de años.
Esos videntes toltecas fueron hombres extraordinarios; brujos poderosos, sombríos y obsesionados que desentrañaron misterios y poseyeron conocimientos secretos que utilizaban para afectar o subyugar a quienes cayeran en sus manos. Sabían como inmovilizar la atención de sus víctimas y fijarla en lo que fuera.



Los videntes toltecas, de hecho, fueron los maestros supremos del arte de estar consciente de ser. Cuando digo que sabían cómo inmovilizar la atención de sus víctimas, quiero decir que su conocimiento y sus prácticas secretas les permitieron romper el misterio del estar consciente de ser.





Don Juan explicó entonces que su uso del término "tolteca" no correspondía a la manera como yo lo usaba. Para mí significaba una cultura, el imperio tolteca. Para él, el término "tolteca" significaba "hombre de conocimiento".
 
Dijo que en la época a que se refería, siglos o tal vez incluso milenios antes de la Conquista española, todos aquellos hombres de conocimiento vivían dentro de una vasta área geográfica, al norte y al sur del valle de México, y que se dedicaban a ocupaciones específicas: curar, embrujar, hacer relatos, bailar, ser oráculos, preparar alimentos y bebidas. Tales ocupaciones fomentaban un conocimiento específico, un conocimiento que los diferenciaba del hombre común y corriente. Por otra parte, esos toltecas eran personas que encajaban en la estructura de la vida cotidiana, muy a la manera en que lo hacen en nuestra época los médicos, artistas, maestros, sacerdotes y hombres de negocios. Practicaban sus profesiones bajo el estricto control de cofradías organizadas y llegaron a ser expertos tan influyentes que incluso dominaron todas las áreas vecinas.

Esos conquistadores -continuó- se apoderaron del mundo tolteca, se apropiaron de todo, pero nunca aprendieron a "ver."

-¿Por qué cree usted que nunca aprendieron a "ver"? -pregunté.

-Porque copiaron los procedimientos de los videntes toltecas sin tener el conocimiento interno que los acompaña. Hasta la fecha hay cantidades de brujos por todo México, descendientes de esos conquistadores, que siguen imitando a los toltecas, pero sin saber lo que hacen, o lo que dicen, porque no son videntes.

-¿Quiénes fueron esos conquistadores, don Juan?
 
-Otros indios -dijo-. Cuando llegaron los españoles, los antiguos videntes habían desaparecido hacía ya siglos.

(...) nuestro raciocinio, por sí solo, no puede proporcionarnos una respuesta a la razón de nuestra existencia. Cada vez que trata de hacerlo, la conclusión es siempre un asunto de fe y credo. Los antiguos videntes toltecas tomaron otro camino, y por cierto llegaron a otra conclusión que no tiene que ver con la fe y el credo.

Se deslizó sobre las baldosas y los ladrillos oscuros que obedecían a un viejo diseño tolteca, colocado por el propio Isidoro Baltazar, dibujo que unía a generaciones de hechiceros y ensoñadores a través de las edades en una maraña de secretos y hazañas de poder...

Su enseñanza, o más bien la de la tradición de videntes a la que él pertenecía, parte del hecho de que el universo es dual, está formado por dos fuerzas que los antiguos videntes simbolizaban mediante dos serpientes que se entrelazan. Pero esas fuerzas no tienen que ver con las dualidades que llamamos bien y mal, Dios y diablo, lo positivo y lo negativo, o cualquier otro tipo de oposición en la cual podamos pensar coherentemente. Más bien, conforman una inexplicable onda de energía que los toltecas denominaron el tonal y el nagual. 

A ese tipo especial de atención le llamaron “ensueño”, y lo usaron para explorar la energía oscura con deliberación y entrar en contacto con la fuente del universo. De esa manera, la observación inicial de los sabios toltecas se convirtió en un conocimiento práctico.

El asunto de las plantas es muy delicado. Si quieres entenderlo, tienes que abandonar la visión folklórica que tiene casi todo el mundo sobre los brujos. Los verdaderos guerreros toltecas no son fanáticos del doping ni de nada; su conducta está estrictamente dictada por la impecabilidad.

“La enseñanza tolteca enfatiza el ensueño. No importa cómo se le describa, su resultado es convertir el caos perceptivo de un sueño común en un espacio práctico, donde podemos actuar inteligentemente.”

"Ese tipo de atención sobre un animal da como resultado una pieza de caza. Si lo aplicamos sobre otra persona, produce un cliente, un discípulo o un enamoramiento. Y sobre un ser inorgánico, nos proporciona lo que los brujos llaman ‘un aliado’. Pero sólo si aplicamos el acecho sobre nosotros mismos, puede ser considerado un arte tolteca, porque entonces produce algo precioso: conciencia.”

“El poder de esa visión ha llegado hasta la actualidad. Todos los naguales de los que tengo noticia fueron toltecas, es decir, unos artistas consumados. Unieron el control impecable de sus emociones a la elevada sensibilidad estética que les proporcionaban sus experimentos de conciencia. El resultado fue una inaudita capacidad para comunicar sensaciones y para deslindar experiencias con las que otros hombres se enredarían y terminarían balbuceando incoherencias.

“Todo lo que quieres saber sobre tu país, ¡ve y descúbrelo por ti mismo! Como mexicano, tú eres el más indicado para recuperar el mensaje tolteca. Esa es tu tarea, tu compromiso ante el mundo. Si eres tan flojo que no puedes asumirlo, alguien más lo hará.”

Añadió que la ciencia moderna no ha logrado penetrar en la enseñanza tolteca porque no tiene la metodología apropiada, no porque los principios del brujo y del científico sean intrínsecamente incompatibles.

“Al contrario de lo que muchos piensan, la necesidad de corroborar no es exclusiva de la cultura occidental, también es un imperativo en la tradición tolteca. El nagualismo, como sistema ideológico, no se basa en dogmas, sino en la experiencia personal de generaciones de practicantes. Sería absurdo considerar que todas esas personas, durante miles de años, han estado depositando su confianza en simples patrañas.
 
“Como su punto de partida es la experimentación, se puede decir que el nagualismo no es una forma de creencia, sino una ciencia.”

“Lo irónico es que, de hecho, los humanos sí nos dividimos en dos grupos: quienes disipan su energía y quienes la conservan. A estos últimos puedes llamarles como quieras, brujos, toltecas, iniciados; da igual que tengan maestro o que no lo tengan. Su realidad luminosa es tal, que están a un paso de la libertad. Lo que nadie puede enseñarles, los guerreros lo obtienen de sí mismos escuchando los comandos silenciosos del espíritu.

“Por lo tanto, la regla para los videntes de la nueva era es la preparación, ese es su sello distintivo. No sólo deben prepararse en las artes de la brujería, sino que, además, deben cultivar su mente a fin de saberlo y entenderlo todo. El intelecto es hoy el consuelo del tolteca, tal como antaño lo fue la afición por los rituales. 
 
Con el paso del tiempo, el anciano lo tomó como aprendiz y le introdujo en una dimensión totalmente desconocida para el hombre moderno: la sabiduría tradicional de los antiguos videntes toltecas, comúnmente conocida como “brujería” o “nagualismo”. 

El nagualismo fue durante miles de años una práctica socialmente aceptada, tal como entre nosotros lo es la religión o la ciencia. Con el tiempo, sus postulados ganaron en abstracción y síntesis, convirtiéndose en una especie de propuesta filosófica cuyos practicantes llevaron el nombre de toltecas.
 
Los toltecas no eran lo que comúnmente entendemos por brujos, es decir, individuos que usan fuerzas sobrenaturales para dañar a otros, sino hombres y mujeres extremadamente disciplinados e interesados en complejos aspectos del estar conscientes.

Uno de los descubrimientos más relevantes de los videntes toltecas, fue que los seres humanos poseemos una configuración luminosa o campo energético en torno a nuestro cuerpo físico. También vieron que unos pocos venían con una configuración especial dividida en dos partes. A estos les llamaron naguales, es decir, “personas duplicadas”. Por su particular conformación, el nagual tiene mayores recursos que el común de las gentes. También vieron que, a causa de su doblez y excepcional energía, son líderes naturales. La Gorda afirmó que el retener las imágenes de los sueños era un arte tolteca.

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