PERCEPCIÓN
“Quédate aquí
sentado y suspende tu diálogo interno. Puede que reúnas el poder necesario para
desplegar las alas de tu percepción y volar hacia esa infinitud”.
(RP 363)
Sobre las cenizas de un fogón, don Juan
traza un diagrama para explicar a Carlos lo que llama “los ocho puntos del
hombre”: la razón, que se relaciona
con el habla; la voluntad, que se relaciona con el sentir, el soñar y el ver. Son seis puntos, y no ocho; a la
pregunta de Carlos, don Juan contesta que los otros dos puntos están en los
confines mismos de la percepción. Más tarde, luego de una serie de prácticas y
experiencias destinadas a hablarle de la que llama “la explicación de los
brujos”, don Juan declara que esos dos puntos que integran la totalidad del
hombre son el tonal y el nagual, que están fuera de uno mismo y a
la vez no lo están. Que ésa es la paradoja de los seres luminosos que somos. El tonal
de cada uno de nosotros es solo un reflejo de ese indescriptible desconocido
lleno de orden: el gran tonal; el nagual de cada uno de nosotros es solo
un reflejo de ese indescriptible vacío que lo contiene todo: el gran nagual.
Un “hombre de conocimiento” es quien se
encuentra permanentemente conectado, mediante la percepción, con esa fuerza universal que todo lo contiene, en la
cual vivimos, nos movemos y existimos. Más allá de la nomenclatura y de las
descripciones, no es otra la experiencia de todos los místicos. La de “estar
conectados” y la de sentirse atravesados por una fuerza que va más allá de
ellos, en la que todo lo pueden. Esa experiencia pasa necesariamente por una
superación del propio yo, mediante el ejercicio de “parar el diálogo interno” o
“detener el mundo” constituido por las descripciones de nuestro diálogo
interior.
Lo que entonces aparece es un universo
absolutamente diferente, indescriptible a la vez que real, con una realidad que
va más allá de cualquier decir. Fuerte, enorme, abierto, que te transporta más
allá de tus propios límites y en el que eres lanzado en una aventura también
indecible: “volar en las alas de la percepción” la llama don Juan (RP 361); y
le dice a Carlos que necesitará toda la fuerza que pueda reunir para volar
hacia esa infinitud (RP 363). Es el salto al vacío (RP 385), el acto final;
pero las condiciones de la percepción se hacen presentes a través de toda su
enseñanza.
La percepción es una experiencia
indefinible; y si hubiera que representarla en un mapa físico, sería la
frontera entre dos lugares: tonal y nagual; lo único que comparten es el puente
de la percepción. La percepción no será nunca del todo pura, porque la
percepción-frontera es un sitio sin tiempo; aquí es donde el nagual aporta algo
indescriptible, y el tonal aporta la descripción de ese algo indescriptible.
La percepción es algo que está en nosotros,
y que hemos de dejar que fluya y se expanda. Habiendo acabado con el diálogo
interno que nos encierra en nosotros mismos, en nuestras descripciones, es
posible "volar en las alas de la percepción" hacia la totalidad de
nosotros mismos, la que experimentamos en situaciones límites, como los
encuentros con el aliado, esa fuerza que nos lleva más allá de nosotros mismos.
Hemos de dejarnos guiar por el "susurro del nagual", ese algo indescriptible
que se nos aparece cuando hemos traspasado los límites dados por nuestras
descripciones habituales. Es el momento del salto, aquél en que nos hacemos
percepción pura, pura conciencia. Nos hacemos seres luminosos mediante el
empleo de ese "segundo anillo de poder" (RP 133) que es nuestra
voluntad. La razón es pequeña y limitada. Solo a través del punto al que Don
Juan llama "voluntad" es posible ir hacia la libertad total, la
libertad de la percepción y en la percepción.
El objetivo final de las enseñanzas que don
Juan imparte es alcanzar un estado de conciencia total, de experimentar todas
las posibilidades perceptuales que están a nuestra disposición. Este estado
implica una forma distinta de ser, de vivir y de morir.
El estar conciente de ser nos permite
romper la barrera de la percepción. Esto marca el fin del entrenamiento de
un guerrero: cuando llegamos a ser
capaces de romper la barrera de la percepción sin ayudas (por ejemplo, de las
plantas sicotrópicas que Don Juan utilizó a comienzos de sus enseñanzas a
Carlos), partiendo de un estado normal de conciencia. El nagual lleva a los
guerreros hasta ese umbral, pero el hacerlo o no depende de cada uno. Se trata
de alinear otro mundo a través del "intento", esa fuerza que preside
todo el universo y que se expresa en nuestra voluntad. El alinear otros mundos
depende de las ubicaciones que vaya tomando el punto en que encaja nuestra
percepción. Tales mundos nos separan del mundo corriente por las mismas
barreras que hemos roto: las de la percepción. Se trata de mundos luminosos,
con resonancias y consistencias diáfanas, absolutamente diferentes del mundo en
que habitualmente vivimos, llenos de una realidad de otro orden, realidad en la
que nos sentimos estar y vivir. Es nuestra conciencia de ser.
Podemos "ser dobles": estar
alternativamente en un mundo u otro gracias a una percepción dividida. El
manejo de esa división de la percepción es una meta que todo guerrero debe
esforzarse por lograr. Es mejor la alternancia de mundos que su simultaneidad,
la que es posible pero hace que las cosas sean confusas. Entre un mundo y otro
nos movemos a través de puentes de un solo sentido, hacia la percepción
acrecentada pasamos por el puente del "puro entendimiento".
Nuestra percepción corriente, de un mundo
de objetos, se origina en una base social, aprendida desde que nacemos. Don
Juan llama "mirar" a esa percepción. Más allá de ella está el
"ver", conocimiento corporal que nos lleva a concebir el mundo como
energía que puede ser percibida directamente. El "ver" genera poder,
y no es espontáneo: es el resultado de un aprendizaje específico que hace que
la vida ordinaria quede atrás para siempre; los medios de la vida ordinaria ya
no sirven de sostén y debemos adoptar un nuevo modo de vida para sobrevivir: no
hay fin para los nuevos mundos que se abren a nuestra visión. Allí nos damos
cuenta de que podemos suprimir cualquier cosa de nuestra vida en cualquier
momento: perdemos nuestra historia e importancia personales, no las necesitamos
más; ya no tenemos nada que perder.
Nuestra mayor falla como seres humanos es
mantenernos adheridos al inventario de la razón. Solo más allá de ella es
posible el conocimiento silencioso, que nos hace "ver". El
aprendizaje que a él conduce es - básicamente - aprender a ahorrar energía y,
gracias a esta energía ahorrada, entrar en campos que están vedados al
conocimiento corriente, más allá de nuestras dudas. (GGN)
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